lunes, 1 de diciembre de 2014

EL ROSTRO DE LA ESPERANZA

Mi amigo de la infancia, Emilio Bautista Soto, nos manda este precioso relato  para compartir con todos nosotros. La historia cuenta lo siguiente: 
Eran poco más de las 20 horas en una localidad con playa, de la cornisa Cantábrica. Acababa de caer un chaparrón, de esos de varano, que hacen que refresque el ambiente y que, poco antes, todos busquemos refugio a resguardo de la lluvia. En esta situación, y bajo un generoso toldo, las mesas de la terraza se van juntando para acoger el máximo número de parroquianos bajo su protección. La situación me recuerda a esa terrazas, de las zonas turísticas de París, donde todos están de espaldas a la pared y tan juntos que parece que estuvieras sentado en las rodillas del que tienes a tu lado. Mi mujer, debería decir mi cónyuge, y yo que estábamos sentados disfrutando, a esa hora, de los beneficios del clima de esa zona de nuestra península ibérica, en pocos minutos nos vemos rodeados de gente muy próxima que también quiere sumarse al beneficio del toldo en esos momentos. A la derecha y un poco detrás de nosotros, en una mesa muy próxima a la nuestra, se acaban de sentar tres personas; por lo que puedo deducir, el padre y su hija, acompañados por el marido de esta. Todos con vestimenta veraniega que está un poco mojada. Respiran agitadamente ya que acaban de echarse una carrera porque el agua les ha cogido, como a los demás, un poco desprevenidos y han acudido al refugio con prontitud y de forma acelerada. Después de las risas que provoca el trance y un poco cabreados por la mojadura, se relajan y se sientan, como digo, a nuestra derecha. El resto de las mesas se han ido ocupando de la misma forma acelerada. La proximidad nos obliga, sin querer, a escuchar su conversación que, en un principio, nos parece intrascendente y, como casi siempre en estas circunstancias, relativa al cambiante clima del momento y del lugar. Estamos en el mes de agosto y, como he dicho antes, en una localidad de la costa norte. Poco a poco, y ya olvidado el percance de la lluvia, nos vamos acomodando a la situación y empezamos a practicar el deporte por excelencia en esas situaciones; nos vamos fijando en el entorno próximo y criticando todo lo que nos llama la atención con respecto a los que tenemos al lado. 
Las conversaciones se suceden pero a mí particularmente, me llama la atención la que escucho desde mi derecha, referida a la familia que ya he mencionado, cuando se pronuncian las palabras: donante de órganos, lo que me hace agudizar el oído. La persona a la que yo he atribuido la categoría de padre y a pesar de que hoy a mi me parece muy difícil determinar la edad de cualquiera, aunque cuento con la ayuda de mi mujer que es bastante más experta que yo y me confirma mi impresión, creo que está en torno a mi edad, rondando los sesenta años, yo diría que en torno a los ochenta kilos de peso, no puedo determinar su estatura porque está sentado pero me atrevo a apostar –solamente le he visto de pie un momento mientras pasaba mi lado- que está por encima del 1,80, es alto. Como decía, acaba de pronunciar las palabras donante de órganos en referencia a su hermano gemelo. Más o menos la historia que cuenta es la siguiente:
Mi hermano Manuel venía de Madrid a visitar a su familia, como otros muchos fines de semana, la mala suerte hizo que se saliera de la carretera y quedara muy mal herido, con un fuerte golpe en la cabeza. Un camión se puso en su carril y, al tratar de esquivarle, se salió de la carretera y se estrelló contra la montaña. Le trasladaron al Provincial de Pontevedra. Aguantó escasamente dos días. Los médico nos dijeron que estaba muy mal. Cuando llegamos a verle a la UVI, estaba con tubos por todos los sitios y lleno de máquinas, pero yo vi que respiraba. Enseguida un médico se acercó a nosotros y nos comentó la posibilidad de que fuera donante de órganos, pero tenía que ser la familia quien autorizara
La historia se la están contando a quien he atribuido el parentesco de yerno que escucha con mucha atención. En ese momento yo desplazo un poco hacia atrás nuestra mesa, justo lo que me permite el poco espacio físico que hay entre ellas, con el fin de escuchar mejor. El relato sigue así: el día siguiente por la mañana, el médico que habló con nosotros se acerca y nos comunican que mi hermano ha fallecido, que cerebralmente está muerto, nos explica que son las máquinas a las que está conectado las que mantienen los órganos funcionando artificialmente, pero que su cerebro ha dejado de hacerlo hace un rato y que si le desconectaran se pararía. Es difícil de entender porque yo sigo viendo que respira. A continuación nos invita a que le acompañemos a un pequeño despacho y nos habla de la donación de órganos, del beneficio que supone para otras personas este acto solidario. Expone, con argumentos muy convincentes, la posibilidad de salvar las vidas de otros y nos hace ver la posible casualidad del caso contrario, es decir, que nosotros estuviéramos en la necesidad de un trasplante. En un principio no sabemos como reaccionar, se acaba de morir mi hermano y me hablan de otras personas, no entiendo nada. Es mi cuñada (su mujer) y, muy especialmente la tuya, hace un gesto muy significativo con la barbilla dirigido a su hija, las que nos hicieron ver lo importante que, para quien está esperando un órgano, supone que donemos los de mi hermano. El doctor, poco después nos enteramos que era lo que llaman el Coordinador de Trasplantes, nos da las gracias en nombre de la organización que representa, la ONT (Organización Nacional de Trasplantes). A continuación firmamos los documentos necesarios
En ese momento, el relator, hace alusión a la gran similitud física que tiene con su hermano fallecido dado que eran gemelos idénticos y, comenta que, como casi todas estas parejas, en algunas ocasiones, se hicieron pasar el uno por el otro. 
Tengo que decirte, apostilla en dirección a su yerno, que nos sentimos muy orgullosos de haber aceptado la propuesta de ese médico y sabemos, por la carta que nos enviaron unos días después, que trasplantaron con éxito el corazón y el hígado de mi hermano. Queríamos conocer a las personas que los recibieron pero al parecer, la ley prohíbe que se conozcan . Aunque son momentos difíciles para todos, el haber aceptado la donación, nos ayudó a superar nuestra pena de forma indirecta; a pensar un poco mas allá de nuestro pequeño entorno; conocimos otra perspectiva diferente de un caso de fallecimiento de un ser querido; si, es duro, pero reconfortante a la vez
El yerno pregunta: ¿eso fue hace unos años, no?, a lo que responde su esposa: Me acuerdo perfectamente porque nos casamos el año siguiente; fue el puente de la Inmaculada del año 1999. En ese momento, un chispazo recorre mi espina dorsal y, casi tirando la silla, me levanto como un resorte y giro la cabeza para contemplar con detenimiento el rostro de aquel hombre. Tiene barba, ojos oscuros un poco saltones, la cara redonda pero sin dar la sensación de estar gordo, y presenta una incipiente calvicie de un tono de pelo que parece fue oscuro Yo, que era un mero espectador, me convierto en protagonista de esta historia. Me trasplantaron el corazón en el Hospital Juan Canalejo de la Coruña el 9 de diciembre de 1999. Solo sabía de mi donante, que era varón, de en torno a los 40 años, venía de Pontevedra y que trasplantaron ese mismo día el hígado a otro paciente. En ese instante le vi la cara.