Durante estos cincuenta años muchas han sido las anécdotas, pero sirvan como muestra estas:
Recuerda el Hno. Agustín con añoranza la anécdota de que, en un principio, le costó mucho encontrar calzado deportivo ya que por aquel entonces aquellos grandes números de calzado no abundaban. Consiguió que “calzados Víctor” se los suministrase.
Otra de las anécdotas que se cuentan es la de aquél jugador que tenía que jugar un partido, pero que en su casa le habían mandado ir a buscar algo de leña al monte cercano, para lo cual precisó la ayuda de una pequeña burra, para conseguir una carga suficiente. Al regresar a casa con la burra cargada y tener que cruzar el río, esta se asustó, negándose a continuar. El jugador se vio obligado a liberar el animal de la carga, ponerla sobre sus hombros y traspasarla a la otra orilla, donde volvió a ponerla la carga encima otra vez, consiguiendo al final tener acabada la tarea que se le había asignado para poder llegar a tiempo al partido.
También ocurrió que en un desplazamiento a Galicia se les rompió el parabrisas del autobús. Como era fin de semana y no había talleres abiertos, además de que tenían prisa por llegar, dado que muchos de ellos tenían obligaciones laborales que cumplir, idearon una solución sobre la marcha, que los permitiese poder seguir el viaje. Esa solución consistió en poner delante la luna trasera, sujetándola como buenamente pudieron, hasta llegar a Corrales.
En otra ocasión se perdió en casa un partido, contra el San Salvador del Valle, sin llegar a jugarse. Todo vino motivado por una normativa que, para unificar criterio con respecto al balón a utilizar, estos debían ser previamente precintados y autorizados por la federación correspondiente. Los corraliegos, no sé si porque eran conscientes de que sus balones cumplían toda la normativa vigente, o por desconocimiento de esta norma, no habían hecho el precintado correspondiente. Los contrarios vieron, que la única forma de ganar el partido, era alegar este incumplimiento, llevándose los puntos sin jugar un solo minuto.
Relatan igualmente que de los bocadillos que donaba Vicente Chiva, un jugador, al descuido, engordaba el propio con el contenido del interior de otros, dándose la circunstancia de que mientras él se comía el suyo pleno de contenido, a otro le tocaba comer pan con pan. Nunca se supo quién fue, pero se imaginan quién podía ser ya que había alguno que no paraba de discurrir trastadas.
Cuentan también que en cierta ocasión yendo con Faelo a un desplazamiento, el coche comenzó a dar síntomas de tener una avería que, según el experimentado conductor parecía ser una toma de aire que impedía el que se pudiese continuar la marcha. Como quedaba poco para llegar a la gasolinera que hay en Saltacaballos, los jugadores, a instancias de Faelo, tuvieron que empujar el coche hasta llegar allí. Una vez detenidos en la citada gasolinera se pudo comprobar que el motivo de la avería era que no tenían combustible. La marcha continuó entre bromas de los jugadores a Faelo por su inexplicable falta de previsión, mientras que este aseguraba saber que carecía de combustible, pero que había procedido de esta forma para gastarlos una broma.
La siguiente está dentro de la picaresca, que a veces es necesaria. Parece ser que, el entrenador de uno de los equipos, que tenía que desplazarse a Santander a jugar un partido decisivo, se encontró con la fatalidad de no poder contar con uno de los jugadores fundamentales. Optó por dejar la mitad del equipo en Corrales y desplazarse con los suficientes jugadores para que, en el caso de tener que participar no les diesen por perdido el partido. Una vez en Santander dieron a entender que desconocían el motivo por el que no llegaban el resto de jugadores, aún sabiendo que los habían dejado intencionadamente en Corrales. Los árbitros temiendo pudiera ser debido a una inoportuna avería o, incluso algo peor, un accidente y viendo “preocupados” a los de Corrales, optaron por suspender el partido y aplazarlo para una nueva ocasión acordada por ambos entrenadores. El partido finalmente se jugó en esa nueva fecha, en la que pudo participar el jugador que motivó todo este entramado y que ganaron los corraliegos. Esta treta hoy sería impensable teniendo la posibilidad de contactar telefónicamente a través del teléfono móvil, cosa que en aquellos tiempos no era posible.
También es recordada la que sucedió en Salamanca, en la que había un vehículo mal estacionado que impedía el aparcamiento. Pasado un tiempo prudencial y a la vista de que no aparecía el propietario del mismo, se bajaron unos cuantos jugadores, cogieron el coche en volandas, lo dejaron en un lugar donde no molestase y aparcaron en el sitio que obstaculizaba el vehículo retirado.
Una vez, Fito, un músico de Santa Cruz de Iguña, había tenido algún problema con su saxofón, por lo que conocedor de que el equipo tenía que desplazarse a Valencia, donde hay infinidad de bandas de música, pensó que allí podía encontrar alguna pieza de repuesto, por lo que solicitó a la directiva lo acercasen hasta aquella ciudad. Dada su afición y sintiéndose obligado a corresponder con el grupo por desplazarle gratuitamente, iba todo el camino amenizando el viaje en el autobús, con canciones que los componentes del equipo cantaban a coro. A la vuelta, tras haber perdido el partido jugado allí, en determinado momento tuvieron que repostar por lo que se desviaron a una gasolinera que había en la ruta, haciendo una entrada triunfal, con las ventanillas abiertas, Fito tocando el saxofón y los demás cantando. Como era de prever, su presencia no pasó desapercibida, no solamente a quienes también repostaban en aquel momento, sino que tampoco a una patrulla de la policía que estaba estacionada en aquella gasolinera. Vista la fiesta que traían se aproximaron al conductor de autobús preguntándole a qué se debía aquel jolgorio. Este les comunicó que iban de regreso hasta Los Corrales de Buelna, tras haber disputado un partido en Valencia. Los policías no salían de su asombro viendo la juerga que traían y se hacían de cruces cuando se enteraron que había perdido el partido, no imaginándose qué hubiera pasado si el resultado hubiera sido distinto. Una vez aclarada la situación los dejaron partir, aconsejándolos no sacasen el saxofón por la ventanilla, para no provocar la distracción de otros conductores.
En otra ocasión jugaron un partido en Burgos y al final del mismo se les acercó el árbitro para ver si le podían traer hasta Cantabria. La historia de este árbitro también tiene su parte pintoresca ya que, era conocido dentro del mundo del balonmano como “El Preso”. Esto viene dado porque era un feriante que había cometido algún tipo de delito que había dado con él en el penal del Dueso en Santoña, y como había alcanzado el Tercer Grado, disponía de libertad para dar cabida a su afición arbitral, desplazándose a distintos lugares donde tenía que intervenir, no haciéndolo mal, a juzgar por los comentarios de quienes le conocieron.
Y para finalizar una anécdota propia que me sucedió en el servicio militar. En el campamento de Camposoto, en Cádiz, el primer día había una serie de soldados encargados de hacer la filiación a los recién llegados, entre los que me encontraba yo. Cuando me tocó el turno, el soldado encargado de anotar mis datos personales, cuando se enteró que era de Corrales, se detuvo, posó el bolígrafo, se puso de pie y me felicitó por el equipo de balonmano que teníamos, haciendo también generosas referencias a la afición. Me sorprendió esta actitud y le pregunté a qué se debían sus alabanzas hacia nosotros y me manifestó que era de Madrid, pero que jugando con el Vallehermoso fue a jugar a Corrales y quedaron todos impresionados de la multitud de personas que había en el campo animando al equipo, cosa que no esperaban y que los había asombrado sobremanera, dado que se pensaban que venían a jugar a un pueblo, donde creían que iban a encontrar a cuatro espectadores despistados y cuando vieron la cantidad de aficionados y el ambiente que había en el campo no daban crédito a ello. Como verás hasta en Cádiz hay motivos para sentirse orgulloso de la historia de nuestro equipo.
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