La tarde se presentaba gris y amenazaba lluvia, al menos eso es lo que presagiaba María Jesús, a la que sus nietos llamaban cariñosamente abuelita “Nena” ya que así era como la llamaba su esposo Luis, conocido a su vez en toda la comarca como “Catru”, por llamarse así el negocio que regentó durante muchos años.
Acabada la comida dominical a la que, como siempre, habían asistido todos sus hijos - un varón y tres mujeres - acompañados de sus respectivos cónyuges, así como sus nietos, mientras las mujeres recogían la mesa y se disponían a pasar la tarde en la consabida sobremesa, la nieta menor provocó lo que a la postre resultó ser una tarde distinta a las demás.
La niña, con sus inquietos 6 años, demandaba alguna novedosa actividad que la hiciese más llevadera la tarde ya que la monotonía de los dibujos animados, que la seleccionaban en el televisor para que se entretuviese, mientras los mayores se reunían en la consiguiente tertulia familiar, no la satisfacía plenamente.
Fue entonces cuando la abuela, una vez comprobado que tenía todos los ingredientes, vio el momento oportuno para transmitir a la nieta una de las recetas que había ido pasando de generación en generación. A la niña la idea la pareció excelente ya que se la concedió la posibilidad de intervenir ella en la elaboración de la misma. El siguiente paso fue el reunir a todas las componentes femeninas en la cocina, para afrontar el reto culinario.
Mientras tanto, los componentes masculinos, visto el intenso despliegue mujeril que había en la cocina, hicieron mutis por el foro, de tal forma, que uno se alejó de la tempestad y se refugió en el ordenador portátil, que instaló en la sala, mientras echaba alguna que otra mirada al televisor. Otro aprovechó para corregir unos exámenes de sus alumnos del Instituto de Torrelavega, donde daba clase. Mientras que su hijo y el otro yerno, tenían la tarde anteriormente comprometida ya que se jugaba en Torrelavega un partido de máxima rivalidad regional entre la Gimnástica y el equipo filiar del Racing de Santander, así que se desplazaron a ver dicha confrontación con el resto de los nietos, todos varones.
No ajena a toda esta parafernalia estaba la bisabuela, que a sus envidiables 97 años no perdía ripia de cualquier acontecimiento reseñable, por lo que puso fin a su sesteo frente al televisor y se trasladó a la cocina, con una agilidad impropia de sus muchos años, ocupando un lugar preferente desde donde participar y aconsejar a las, para ella, siempre noveles cocineras.
A pesar de la alta concentración de mujeres en un recinto tan íntimo como la cocina no fue obstáculo para que sobre todas sobresaliese la figura infantil de la pequeña nieta, a la que todas trataban de aconsejar y animar, para que fuese ella la que llevase el mayor peso en la elaboración de la receta y que fuera fijando los pasos, tiempos y medidas.
La abuela había decidido hacer quesada pasiega, postre de la tierra, y comenzó la clase magistral facilitando los ingredientes y las cantidades:
1 kilogramo de queso fresco, a ser posible pasiego.
350 gramos de azúcar.
150 gramos de harina.
4 huevos
100 gramos de mantequilla.
1 cáscara de limón.
1 cucharada de zumo de limón.
Canela molida y
Sal.
Con tantas oficialas en la cocina, era lógico que las primeras discrepancias surgieran ya al enumerar los ingredientes.
Mientras una de las oficialas comentó
- yo en vez de queso echo yogur.
La otra aseveró
- Es más digestivo
Otra minimizó la propuesta de modificación diciendo
- ¡Qué más da!
Y para acabar de rematarlo, otra añadió
- ¡Vais a volver loca a la niña!
Abuelita Nena accedió a modificar la receta original sustituyendo el queso por yogur, por ser más práctico además de digestivo, atendiendo la demanda y con el fin de evitar enfrentamientos, prometiendo que en otra ocasión la harían con queso, para apreciar la diferencia.
Esta sustitución pasó desapercibida a la bisabuela, porque tamaña adulteración de la receta original habría sido suficiente para que pusiera el grito en el Cielo.
La abuela hizo también el comentario
- los limones son de Novales.
La niña se lo pasó en grande y la satisfacción llegó al límite cuando, una vez formada la masa de los yogures, a los que se los añadió la ralladura de limón, la sal, la mantequilla, el azúcar y la canela en rama fue elegida por unanimidad para que, con sus menudas manos, fuese amasando la mezcla, a la que se la iba añadiendo la harina poco a poco.
Ver la gracia y la predisposición de la cría para la tarea no solamente alegraba la cara de las cocineras en general, y la de su madre en particular, sino especialmente la de una de las tías, que veía por los ojos de la pequeña.
Cuando se había vertido toda la harina, la masa la echó la propia nieta, que ya a estas alturas se había convertido en la estrella de la cocina, en un molde ovalado.
Según apreciación de la abuela Nena, que había estado muy atenta a la evolución de los acontecimientos, la masa debía tener unos 3 centímetros de altura dentro del molde.
Cuando eligieron nuevamente a la menor para poner el horno a 200 grados, la bisabuela no daba crédito a que la niña conociese los números con tanta claridad
- Los niños de ahora nacen ya sabiendo una barbaridad, exclamo asombrada.
Añadiendo
- antiguamente se empleaba miel en vez de azúcar y se cocía en horno de leña, después de haber fabricado el pan, por lo que las de ahora, al carecer de estos complementos no alcanzaban el sabor de las antiguas.
A la media hora la masa ya estaba cuajada y la parte superior tenía un aspecto lo suficientemente dorado cómo para extraerla del horno y esperar a que fuese enfriando.
Y respiraron todas porque estaban cansadas de haber sufrido múltiples preguntas de la impaciente e infantil cocinera, que con la precipitación y falta de paciencia propia de la edad, cada cinco minutos exclamaba
- ¿Abuelita, ya está?, ¿Abuelita, ya está? ….
Una vez obtenido el visto bueno de la abuela, corroborado, ¡cómo no!, por la chiquilla, la quesada reposaba sobre la mesa.
La tarde no dio más de sí. A la degustación de tan sabroso alimento se fueron sumando los hombres. El uno, ante la algarabía que se producía en la cocina, abandonó su ordenador; el otro hizo un alto en la corrección de exámenes y ambos tuvieron el honor de ser los primeros varones en degustar el postre. Más tarde se incorporaron los asistentes al evento deportivo, cosa que hicieron la mar de satisfechos ya que se había producido la deseada victoria de su equipo. La misma se había fraguado en los últimos minutos con una pena máxima que, como siempre al que sufrió las consecuencias negativas les pareció excesivamente riguroso el castigo, mientras que al beneficiado por la sanción le pareció apropiada.
La tarde había dado paso a la noche y tocaba la hora de que cada uno abandonase la siempre acogedora casa de los abuelos para dirigirse a sus respectivos hogares. Esta operación se había convertido en más triste de lo habitual, desde que el abuelo Catru los había abandonado definitivamente, por lo que al quedar la casa sin el regocijo y la alegría de los miembros más jóvenes, pasaba a ser un lugar excesivamente tranquilo, propicio para que a la abuela se entristeciese y se la cayeran algunas lágrimas, por la ausencia de Catru, con el que había compartido más de cincuenta años de matrimonio, y que siempre gozó de estas reuniones familiares.
Su consuelo era el saber que él lo estaría celebrando feliz allá donde estuviese, viendo la escena familiar que se había materializado en la cocina.
Otro de sus consuelos era el saber que había trasladado al último miembro de la familia la receta, que se había ido transmitiendo desde hace muchos años, eso sí, con algunas modificaciones propias de los nuevos tiempos y las nuevas tecnologías.
También sabía que, aunque no de forma tan explícita como la receta anterior, había conseguido que en su casa se hubiese elaborado otro postre que Catru y Nena habían comenzado a amasar hace mucho tiempo. Dicha fórmula conlleva el mezclar, en las cantidades apropiadas al momento y lugar, unos ingredientes cada día más difíciles de encontrar en esta hedonista sociedad: respeto, empatía, cariño, sinceridad y sencillez, con los que se elabora el mejor Bálsamo de Fierabrás, que conviene ingerir diariamente, para evitar el egoísta individualismo, consiguiendo que se fragüe de forma consistente una feliz armonía familiar.
La abuela sabe que no está sola y que otras muchas abuelas también conocen esta receta y están dispuestas a elaborarla cuantas veces sea necesario, para conseguir la fraternidad familiar.
Hoy la abuela Nena está un poco menos triste, al haber compartido con sus seres queridos la vieja receta de familia, que conlleva a hacer un poco más felices a los demás y que las nuevas generaciones debieran de poner en práctica:
Mezclar respeto, empatía, cariño, sinceridad y sencillez en las cantidades apropiadas al momento y lugar. Ingerir a diario, tantas veces sea necesario, hasta alcanzar el resultado deseado. Téngase siempre en un lugar al alcance de la mano, no siendo necesario que esté alejado de los niños.
A la noche, cuando en la intima soledad hable con Catru así se lo hará saber.
Jolau Ysera
Jolau Ysera
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