El más conocido de los dramas filosóficos de Calderón es La vida es sueño (1636), una de las obras de la literatura española de valor universal que hace que sea la obra más comentada de la literatura española, a excepción de El Quijote, de Cervantes.
El personaje central es Segismundo, el cual al nacer, se pronostica que va a ser un engendro de destrucción y que va a dividir al país; por lo cual su padre, el Rey Basilio de Polonia, después de haber estudiado los astros, cree conocer el porvenir de su hijo, y para que no se cumpla decide encerrarlo bajo el cuidado de fiel servidor Clotaldo, en una torre perdida entre valles para que nadie conozca su existencia y así evitar los problemas que la astronomía le habían vaticinado.
El rey Basilio, dudoso de la veracidad de los astros, decide poner a su hijo a prueba, para comprobar si era verdad ese desastroso porvenir. Para ello, suministran una pócima para dormir a Segismundo, con la intención de llevarlo a palacio y analizar sus reacciones, guardándose el padre la posibilidad, en caso de que su reacción sea negativa, de volverlo otra vez a su encierro, haciéndole dudar de si la situación vivida se correspondía con la realidad o era fruto de un sueño.
De todos estos acontecimientos son espectadores Astolfo y Estrella, sobrinos del Rey, que están a la espera del resultado final de esta prueba, con la esperanza de gobernar ellos, en caso de que la prueba resultase un fallido intento de Segismundo para gobernar. En la mente del ambicioso Astolfo está el casarse con Estrella, con el fin de aunar esfuerzos en su intención de hacerse con el poder.
Segismundo despierta en palacio aturdido, sorprendido y confuso. Al tratarse de una persona insociable, por llevar tanto tiempo encerrado, reacciona de una forma muy violenta en este primer encuentro con la realidad, en el que finalmente termina arrojando a un criado por la ventana.
Ante estos hechos, el Rey Basilio ordena que lo narcoticen y lo lleven nuevamente a la torre. Ya allí Clotaldo le explica al príncipe que todo lo sucedido en el palacio solo había sido un sueño.
Al salir Segismundo a la luz y conocer el pueblo la existencia de un príncipe heredero legítimo, se sublevan contra el Rey, ya que no aceptaban que Astolfo y Estrella, sobrinos de éste que ambicionaban el poder, heredaran el trono. Liberan a Segismundo de prisión y logran derrotar a las fuerzas del Rey.
La vivencia de lo que él creía haber sido un sueño le hace reflexionar y se comporta de forma ejemplar hasta el extremo que, lejos de humillar a su padre, lo perdona, dando muestras de su don para gobernar, significándose en esta ocasión como una persona sociable, bondadosa y ejemplar.
REFLEXIONES DE SEGISMUNDO
Cuando está sólo en la torre, se lamenta de la desgracia de haber nacido, llegando a sentirse más desventurado que los animales, a los que supone una mayor libertad que la que dispone él.
¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
—dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer—,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
—gracias al docto pincel—,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan suave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
De todas las reflexiones, la que más hondo ha calado, por su profundo análisis sobre la brevedad de la existencia, son los párrafos en los que Segismundo analiza su sueño:
Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos;
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
El personaje central es Segismundo, el cual al nacer, se pronostica que va a ser un engendro de destrucción y que va a dividir al país; por lo cual su padre, el Rey Basilio de Polonia, después de haber estudiado los astros, cree conocer el porvenir de su hijo, y para que no se cumpla decide encerrarlo bajo el cuidado de fiel servidor Clotaldo, en una torre perdida entre valles para que nadie conozca su existencia y así evitar los problemas que la astronomía le habían vaticinado.
El rey Basilio, dudoso de la veracidad de los astros, decide poner a su hijo a prueba, para comprobar si era verdad ese desastroso porvenir. Para ello, suministran una pócima para dormir a Segismundo, con la intención de llevarlo a palacio y analizar sus reacciones, guardándose el padre la posibilidad, en caso de que su reacción sea negativa, de volverlo otra vez a su encierro, haciéndole dudar de si la situación vivida se correspondía con la realidad o era fruto de un sueño.
De todos estos acontecimientos son espectadores Astolfo y Estrella, sobrinos del Rey, que están a la espera del resultado final de esta prueba, con la esperanza de gobernar ellos, en caso de que la prueba resultase un fallido intento de Segismundo para gobernar. En la mente del ambicioso Astolfo está el casarse con Estrella, con el fin de aunar esfuerzos en su intención de hacerse con el poder.
Segismundo despierta en palacio aturdido, sorprendido y confuso. Al tratarse de una persona insociable, por llevar tanto tiempo encerrado, reacciona de una forma muy violenta en este primer encuentro con la realidad, en el que finalmente termina arrojando a un criado por la ventana.
Ante estos hechos, el Rey Basilio ordena que lo narcoticen y lo lleven nuevamente a la torre. Ya allí Clotaldo le explica al príncipe que todo lo sucedido en el palacio solo había sido un sueño.
Al salir Segismundo a la luz y conocer el pueblo la existencia de un príncipe heredero legítimo, se sublevan contra el Rey, ya que no aceptaban que Astolfo y Estrella, sobrinos de éste que ambicionaban el poder, heredaran el trono. Liberan a Segismundo de prisión y logran derrotar a las fuerzas del Rey.
La vivencia de lo que él creía haber sido un sueño le hace reflexionar y se comporta de forma ejemplar hasta el extremo que, lejos de humillar a su padre, lo perdona, dando muestras de su don para gobernar, significándose en esta ocasión como una persona sociable, bondadosa y ejemplar.
REFLEXIONES DE SEGISMUNDO
Cuando está sólo en la torre, se lamenta de la desgracia de haber nacido, llegando a sentirse más desventurado que los animales, a los que supone una mayor libertad que la que dispone él.
¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
—dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer—,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
—gracias al docto pincel—,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan suave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?
De todas las reflexiones, la que más hondo ha calado, por su profundo análisis sobre la brevedad de la existencia, son los párrafos en los que Segismundo analiza su sueño:
Es verdad; pues reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos;
y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
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