Pulsar para ver el video
Con este homenaje a Cardín, que está teniendo lugar en el día de hoy, preparado con trabajo y cariño, a lo largo de cuatro meses, por un nutrido grupo de personas del Valle de Buelna, pero también por viejas glorias del deporte de Torrelavega y de otros lugares de Cantabria, y permitidme mencionar, con nombre propio, a Gabriel Vela, a José Salas y a Chema Ruiz que han llevado el peso de un homenaje en el que se han volcado la Corporación, grupos culturales y folclóricos, decenas de amigos, el comercio, la industria y todo el pueblo, esperamos que muchas evocaciones se pongan de pie y todos los aquí presentes, esta tarde, nos llevemos un grato recuerdo de esta efeméride, que bien puede estar a la altura de la que hemos vivido esta mañana en el pabellón polideportivo de Corrales. Porque hoy, ni tan siquiera la subcampeona del mundo Ruth Beitia, quiso superar la altura de Cardín.
Cada niño, cada chaval de pueblo, al hacerse adulto, conserva en lo más profundo de su conciencia, una idea de las personas y los lugares de entonces que ha ido amueblando, a lo largo de su vida, con la imaginación y la fantasía. A Cardín le recuerdo como un muchachote alegre y despreocupado, largo como la esperanza del pobre, delgado como un junco, la nariz recta y poderosa, los ojos oscuros y una aureola de faraón egipcio que me impresionaba. Lo que no imaginé nunca es que un día, tal que hoy, pudiera estar hablando aquí de Ricardo, precisamente yo, una de las personas que menos deporte ha practicado a lo largo de su vida, lo que, afortunadamente, no ha sido impedimento para disfrutar de muchos acontecimientos deportivos. Pero, ninguno de tanta intensidad emocional como el vivido esta mañana.
Desconozco que razones han llevado a los organizadores de este homenaje a elegirme a mí para comentar, por un lado, las andanzas de Cardín, un gladiador del deporte, salido de este querido Corrales vuestro y mío. Y, por otro, la vida y milagros de un montañés cariñoso, despreocupado, indolente en ocasiones, sencillo siempre, nacido con unas dotes físicas portentosas y una habilidad natural para competir en cualquier deporte o prueba atlética. Pero, sean la razones las que fueran, os participo que me siento muy honrado de aportar mi granito de arena a este reconocimiento a Ricardo Bustamante Fernández, glosando algunos aspectos deportivos y humanos de quien fuera un todo terreno en las actividades deportivas, además de uno de mis héroes de un tiempo de inocencia.
Por aquellos años de mi infancia, conocimos a muchos ídolos del deporte, porque lo que primaba, en aquel inmenso patio del colegio de La Salle, era ejercitarse en todas las disciplinas físicas, amparándose los frailes en el aserto del poeta Juvenal: “Mens sana in corpore sano”. De ahí que los hermanos de las Escuelas Cristianas fueran los verdaderos impulsores de aquella cantera, que diera tres décadas de gloria a los habitantes del Valle de Buelna.
Aquel fue un tiempo en el que los chavales nos pegábamos, si alguien ponía en duda nuestra palabra de honor; aunque creo recordar que, si no la ponía en duda, nos pegábamos también. Un periodo de nuestra vida en el que a los niños nos encantaba cambiar chistes del Capitán Trueno, ver películas de romanos y presumir de los triunfadores locales que surgían de ciento en viento.
A nuestros deportistas los admirábamos porque salían en los papeles que vendía Julia “la papelera” y llegábamos a tal grado de entusiasmo que, más de uno se engarraba con otro sólo por dejar sentado que él era más amigo que nadie de aquellos conocidos nuestros, que parecían haber entrado en el Olimpo de los dioses por sus méritos y también por los nuestros, que los animábamos y jaleábamos en todas las competiciones y enfrentamientos dominicales.
La verdad es que, por entonces, no había mañana de domingo en el pueblo, en la que no tuviéramos un partido de baloncesto o de balonmano en la cancha de La Salle. Cuando se ganaba, todo eran sonrisas y parabienes. Cuando perdíamos, nuestros padres, tíos y abuelos- y hasta nosotros, que nos sumábamos por imitación de los mayores-, sufríamos una metamorfosis y vociferábamos como posesos al equipo contrario, a los seguidores del equipo visitante y al desconcertado árbitro, que más de una vez tuvo que salir por pies, por miedo a ser apedreado.
Curiosamente, este tipo de comportamientos, debía de ser consustancial con el entramado deportivo del que hablaba Juvenal, pues no recuerdo que nuestros educadores nos lo afearan nunca; claro que los frailes eran humanos, y los primeros interesados en barrer para casa, de ahí que no tuviera sentido que tirásemos las piedras a nuestro tejado. Sin embargo, en la mañana de hoy, nuestra selección de baloncesto ganó a la de la Sniace, cuarenta años después, y el público corraliego aplaudió y pidió perdón a los perdedores por haberles abucheado en el pasado, al tiempo que le hacían entrega de una placa al más grande de los hermanos Ricciardiello. Así es mi pueblo.
Ahora, antes de adentrarme en la vida y en los triunfos de Cardín, me vais a permitir que mencione a un hombre que estoy seguro respaldaréis todos con vuestro silencio. Me refiero a Juan Manuel Bustamante, Lolo para los amigos y vecinos, a quien dimos el último adiós hace un mes y siete días, y con quien su hermano Ricardo compartió momentos estelares en atletismo y en baloncesto. Aún recuerdo como Lolo estimulaba y entregaba balones a Cardín que, al instante, materializaba dentro del aro con pericia impecable; la verdad es que era una bendición ver jugar a aquel tandem de hermanos.
Lolo, fue, a mi juicio, un muchacho muy responsable que, siendo menor que Cardín, a muchos corraliegos nos dio la sensación de que ejercía de tutor de todos sus hermanos. Era un deportista aventajado y cumplidor, que sabía sacar el mayor rendimiento a sus cualidades físicas. Amigo de sus amigos, padre de familia ejemplar, honesto, reflexivo y ciudadano comprometido con su pueblo, fue una persona, a mi juicio, dotado de una extraordinaria y rara bondad, a quien tuve la suerte de conocer en profundidad en los años de la transición y con quien compartí, ideales, ilusiones, proyectos y esperanzas en los albores de aquella democracia incipiente y, a la vez pujante, en la que pusimos todos nuestros anhelos.
A Lolo, como al que más, le hubiera gustado, porque así se lo había expresado a Avelina, su esposa, y a sus íntimos, estar hoy aquí poniendo su granito de arena en este homenaje a su hermano y, si me lo permitís, no sólo a su hermano, sino a toda la familia de los Bo. No ha podido ser, pero ha querido que hoy le represente aquí la niña de sus ojos; la moza que hace muy poco le hizo abuelo: su hija María Bustamante.
La familia Bo desciende del barrio de Lobado, aunque los nativos siempre hemos dicho Lobao para no pecar de finolis. El patriarca de la saga de los Bo se llamaba Salvador Bustamante, cantero de profesión y asalariado de la empresa Nueva Montaña Quijano. Quienes le conocieron en su juventud afirman, que era un mocetón alto y fuerte como un castillo, amén de sociable y cariñoso; un hombre bonachón y tranquilo al que le gustaba competir, en ferias y romerías, en el deporte rural de tiro de cuerda, alzándose triunfador en numerosos campeonatos.
Salvador contrajo matrimonio con María Montserrat Fernández Marcano, con la que tuvo cuatro hijos, dotados todos de unas cualidades físicas envidiables: Ricardo, Juan Manuel, María Elena (que no es otra que nuestra querida Mariuca, en su tiempo una habilidosa amazona en lanzamiento de jabalina ), y Salvador, el benjamín, que dio excelentes días de gloria al fútbol profesional. María Montserrat, una vez casada pasó a ser para toda la vida: María la de Bo.
En aquellos tiempos en los que las mujeres en España, especialmente las de los pueblos, sólo pasaban a tener cierto notorio por llenarse de hijos o casar con señor de rentas, María descolló por su buen humor, aderezado con un lenguaje fluido y libre de ataduras…Y es que María la de Bo, que con la edad ganó corporeidad y sufrió lo indecible de las piernas, era una mujer que por su desparpajo, dichos y chascarrillos bien pudo haber sido heroína de cualquier relato costumbrista. Quiero decir con esto que María fue una abanderada de la verdad y de la justicia; al menos las injusticias la ponían de un humor de mil demonios.
Con cuatro hijos no tuvo tiempo para romanticismos, pero sí para cantarle el carajo claro al sursum corda, que es como decir al mismísimo cura del pueblo, cosa que también hizo alguna vez. Pero, además, fue mujer de verbo rápido, inteligente, reivindicadora de los derechos de todo hijo de vecino y con grandes dosis del sentido del humor que incluso, a veces, le salía en verso. Y, si no, escuchen esta perla, que nos contó su hija Mariuca, y que María contestó a una vecina al preguntarle que donde iba tan rápida: “Voy para Coo,/ voy que me mato/ porque llevo / tocino del economato.”
Su hijo primogénito, Cardín, era muy madrero y, en buena lógica, el ojito derecho de María la de Bo, que rara vez le negaba algo y , en muchas ocasiones, le deba pesetucas, a escondidas, para que se las gastara, la mayor de las veces, en humo. Pero es que, además, el insuperable del atletismo, todo fibra y músculo, era un “escomillero” de padre y señor mío, que se alimentaba, casi exclusivamente, de tortillas francesas y de dos litros de leche diaria; leche recién ordeñada de las ubres de las vacas, que tenían en el establo, debajo de su casa, y que el muchacho tomaba con avidez de una jarra de cristal.
De haber pregonado María la manutención de su hijo a los cuatro vientos, en los años cincuenta, a buen seguro, no habría tenido ingresos millonarios el anuncio de aquel negrito del África Tropical, que pregonaba el Cola Cao para ser buen deportista.
En el universo local de Los Corrales, cuando Los Corrales era un bastión del deporte, a todos nos sorprendió gratamente que un vecino nuestro, Ricardo Bustamante Fernández, fuese llamado a la División Nacional de Baloncesto para jugar en diferentes equipos de Santander, Sniace, Argaray de Pamplona, Juveniles de Santander y Antiguos Alumnos de La Salle. Pero, además, Cardín fue considerado por los críticos deportivos regionales uno de los tres mejores jugadores de su época, codeándose con Maxi y Ricciardiello; siendo seleccionado para representar a Cantabria en algunos campeonatos nacionales e internacionales.
Al balonmano recaló, en los últimos tiempos de su carrera deportiva, en el equipo nacional de La Salle, donde también dejó la impronta de sus buenas maneras. Sin embargo, los mayores éxitos se los dio el atletismo: campeón provincial en longitud, triple salto y altura, en esta última disciplina su record duró diez años. Formando equipo con Nueva Montaña, se proclamó Campeón Nacional de Empresas y después campeón de España de Educación y Descanso.
Con ocasión de la competición de atletismo, el Trofeo Presidente, que se celebraba, un domingo de agosto en las pistas de Sniace, el entrenador Mariano Moreta fue al colegio de La Salle, muy de mañana, a recoger a su equipo, encontrándose con un Cardín, ojeroso y soñoliento, que se negó en redondo a asistir a las pistas de Torrelavega, argumentando que había llegado a casa, de la verbena de San Bartolo, a las tres de la mañana y que su padre lo había levantado a la seis para atropar hierba y estaba muy cansado. Y Moreta, tras rogarle lo indecible, sin éxito, marchó apesadumbrado con el resto del equipo, sabedor de que dejaba en tierra la mejor carta de la baraja. Sin embargo, el destino quiso que Nelo Arce, sin dudar, el mejor amigo de Cardín, dando una vuelta por Corrales, en su guzzi Pascualina, se topara con éste y le convenciera para marchar a la Sniace, bajo palabra de honor de que, acabada la competición, se iban a la Romería de San Bartolo. De cómo recorrieron los dos amigoslos 14 kilómetros que les separaba del velódromo de la Sniace, en aquella moto, multiusos y con mil batallas a cuestas, nada sabemos; de que Cardín compitió descalzo o con las mismas zapatillas de calle que se había puesto aquella mañana, de que también fue el héroe de la jornada, al mejorar sus propios records regionales de salto de altura y triple y de que se adjudicó el Trofeo Presidente, nos enteramos por la Hoja del Lunes al día siguiente. De que estuvo en San Bartolo con el trofeo ganado, dan fe las fotografías.
A Cardín, fue lo más comentado en el pueblo, quisieron enviarle, con una beca, a la Residencia Joaquín Blume, lugar de élite, donde se forjaban los deportistas más aptos de aquel entonces. Pero, por más que le rogaron y aconsejaron familiares, amigos, seleccionadores y profesores, nadie logro persuadirle de que la Residencia Blume era lo mejor para él.
Claro que, tampoco nadie quiso ponerse en su lugar y entender que el corazón de Cardín tenía sus razones para despreciar la oferta, por más que las razones no fueran razonables para los demás. Y dijo que no, porque a él nadie le sacaba del universo corraliego, de aquel valle donde estaba su familia, los amigos y, sobretodo, la tranquilidad, cuando por tranquilidad Cardín entendía la rutina del día a día. Y zanjó el asunto subiéndose en la parte trasera de la guzzi de Nelo, abriendo los brazos en actitud de volar y preguntándose: “¿Dónde voy a estar yo mejor que en Corrales?”.
Cardín, pudo haber sido un fenómeno, sin parangón, del fútbol, del baloncesto, del atletismo o de lo que hubiera querido, porque era bueno a todo, incluso al futbolín, a las canicas y al treinta y uno.” Al menos, eso es lo que se ha dicho siempre, sin pararse a pensar en la voluntad del propio interesado. Pero si quiero hoy hacer dos reflexiones:
Una que elegir vivir su vida sin ataduras ni disciplinas, no influye para reconocer que fue el deportista más grande y completo que ha dado este valle de Buelna en toda su historia. La otra, que no hay mejor forma de inmortalidad que ser recordado, con afecto y respeto, por nuestros semejantes. Y lo que hoy le otorga la inmortalidad a Cardín es nuestra fidelidad a su memoria. Gracias.
Juan José Crespo
AGRADECIMIENTO
En nombre de mis tíos, en el de mi padre, quien hubiera disfrutado de este día enormemente, y en el mío queremos agradecer a todos cuantos aunando esfuerzo e ilusión habéis trabajado muy duro durante estos últimos meses para que hoy nos hayamos reunido para recordar a Cardín de esta forma tan bonita y emotiva, a los antiguos alumnos de La Salle, a todos los organismos, asociaciones y empresas que habéis colaborado y sobre todo al pueblo de Los Corrales de Buelna.
Quienes conocían bien a Cardín sabrían que tenía un carácter un tanto especial, algo pasote, no le gustaba destacar en nada, lo suyo era pasar desapercibido, por eso el que asistiera a un homenaje como el que se le ha rendido hoy sería prácticamente impensable a menos que le obligara y arropara su hermano Lolo, porque eran así un par indivisible que con solo mirarse se lo decían todo.
De las cualidades y logros deportivos de los hermanos Bustamante no voy a decir nada, puesto que hay han sido recordados con creces, Cardín rozó la leyenda por sus extraordinarias cualidades físicas y Lolo lo acompañó por su enorme amor propio, pero lo que si queremos destacar la familia es el premio más importante al que pueden aspirar las personas por encima de ideas o logros y que no es otro que el cariño de su gente, sus vecinos, sus amigos,... y en este aspecto nos sentimos profundamente halagados de cuánta gente les ha querido, admirado y respetado. Es un gran orgullo llevar estos apellidos.
Por todo esto sólo me queda deciros a todos, muchas gracias.
María Bustamante